1.1.- SAN PEDRO ARREPENTIDO

Rembrandt Harmensz van Rijn (Holanda)

FICHA TÉCNICA

Rembrandt (1630),óleo sobre tabla, 58 x 48.

Personalidad única en la historia de la pintura, destaca por el personalísimo modo de describir la psicología humana sobre todo, a través de sus famosos retratos. Su pincelada suelta y pastosa sienta las bases de la modernidad en el arte.

Como buen holandés domina los efectos de la luz y el naturalismo.

 

1. Introducción

2. Los Hechos

3. Contempla

4. Identifícate

5. La grieta de la esperanza

 

San Pedro arrepentido de Rembrandt

PRIMERA PARTE: Dejaos reconciliar por Dios.
1.1.- San Pedro Arrepentido
1.2.- El Lavatorio de los pies
SEGUNDA PARTE: La obra de la reconciliación
2.1.- La Trinidad
2.2- El descenso a los infiernos
TERCERA PARTE: El ministerio de la reconciliación
3.1.- El icono de la Madre de Dios "odiguitria"
3.2.- El discípulo amado
3.3.- En reparación
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2Cor 5, 20: “En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios

Introducción

Si hay un personaje que, en el Evangelio, personifica la experiencia de la reconciliación en todos sus pasos, es Pedro.  La escena se desarrolla en un interior, donde se destaca la figura de un anciano, sentado en el suelo y llorando. Como es característico en Rembrandt, los elementos narrativos están reducidos a lo esencial[1]. Fiel a su credo calvinista prescinde de todo tipo de símbolo mágico, alegórico o eclesial, para concentrarse en la ejemplaridad del personaje. Nadie como él ha sabido describir la psicología y los estados de ánimo del alma humana. Y esa es su intención primera: insinuarnos la confusión, la rotura interior, el vacío y fracaso de un hombre que se traiciona a sí mismo. En un cuadro tan austero se nos brinda toda una fenomenología del momento antropológicamente clave de la reconciliación: el arrepentimiento.

Los hechos

 Pedro, aun habiendo estado prevenido, acaba de negar a Jesús. “Saliendo de aquel lugar, lloró amargamente” (Lc 22, 62). En un interior desolado la luz descarga su intensidad concentrando nuestra atención en la cabeza y las manos. Pedro, ataviado de una forma muy sobria, está arrodillado sobre un montón de paja. Contrasta la pincelada suelta, larga y de color neutro que ha empleado en paredes y vestidos, y la pincelada corta y pastosa que se recrea en manos y frente. La mirada ausente y acuosa, la boca entreabierta y el aspecto envejecido, proponen una intensidad emotiva inusual.

Contempla

Contempla el cuadro con una mirada circular: empieza mirando la periferia, introdúcete en esa estancia misteriosa. Recuerda las escenas previas a este momento: el juicio de Jesús, las negaciones, la mirada de Jesús,… Y ahora, sigue la dirección de la luz y céntrate en el personaje principal. Tienes delante a un hombre vencido, acabado por su propia presunción. La pincelada cargada que ha empleado en la frente y en las arrugadas manos, denotan un gesto contraído mantenido desde hace un rato, en él se contiene la tensión de un alma que se deshace en angustia. Los ojos ausentes, quizá añorantes de la inocencia perdida, quizá enganchados todavía, a la última mirada del maestro. La boca medio abierta en un gesto patético de querer decir algo y no poder.  Deliberadamente ha sido pintado viejo, con la barba y el cabello blanquísimos, que recogen toda la intensidad de la luz. Como si el autor insinuara que el error no ha sido algo puntual, sino que es toda la vida la que ha sido derrotada. Su pecado es una total negación de lo que él es, de su imagen y de su propia dignidad humana, porque él había sido elegido como jefe de los discípulos. ¿Qué le queda? Ni su fe vacilante, ni su voluntarismo humillado, ni su protagonismo inconsciente… Todo ha sido reducido a la paja sobre la que está sentado.

Identifícate

Recuerda los momentos en los que te has sentido culpable, esos momentos de lucidez implacable en los que uno se extraña de cómo es posible llegar a tanta humillación.  Recuerda cómo no hay mayor soledad que la del hombre derrotado por su propia traición. Identifícate con el alma de Pedro. Fíjate en los ojos. Pedro ha terminado las lágrimas. Su mirada se pierde en esa especie de desvarío ausente que sigue al llanto. Parece como si el reproche se hubiera agotado y solo quedase el vacío.  Por eso, ante el gesto de la cara cobra fuerza la línea de fuga que acaba en las manos, entrelazadas con fuerza. En medio del sinsentido y con la misma ferocidad, el alma de Pedro rompe el aislamiento, el ensimismamiento y reclama a Dios con una invocación. Las manos apretadas son un acto de fe desesperado. ¿Qué podrá estar encerrado en esas manos suplicantes? ¿Quizá las palabras del Salmo 50: “Dios mío, por tu bondad, borra mi culpa[…], tengo siempre presente mi pecado[…]”?

La grieta de la esperanza

En el cuadro no solo hay lamento, hay también respuesta. La luz no solo tiene la intención de resaltar los gestos, sino que es una luz que viene intencionalmente de arriba. Es la respuesta de lo alto. El que es la luz no deja nunca de iluminar, aunque nuestro corazón esté en tinieblas. Por eso, las llaves tiradas en el suelo son la imagen de una promesa que sigue vigente: Pedro sigue siendo la piedra donde Jesús ha de edificar la Iglesia. Dios no lo ha juzgado indigno por su traición. Su promesa está intacta: él, el pecador, el traidor, el cobarde, será quien reciba el poder de “atar y desatar” a los pecadores de sus pecados. ¿Quizá porque él sabe cuánto aprietan las cuerdas del pecado?

Cfr., Alejandro Vergara et alli, Rembrandt, pintor de historias. Catálogo de la exposición. Museo del Prado, Madrid 2008, 114-116.

El calvinismo había impuesto en Holanda la supresión de las imágenes de devoción, pero permitía la representación de personajes ejemplarizantes para la rígida moral reformada. Por eso Rembrandt elimina toda iconografía que pueda tener cierto sabor a católico, cfr. AA.VV., Petros eni, Pietro è qui. Catalogo della mostra,  Fabrica di San Pietro, Ciudad del Vaticano, 2006, págs. 220-221.

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